Internacional

Un tabú que excluye

Fucsia.co, 10/8/2016

Para Diana Sierra es un crimen que el 40 por ciento de las niñas en África pierdan clases cuando tienen la menstruación. Con el fin de devolverles la dignidad y las oportunidades, la diseñadora colombiana creó toallas higiénicas reutilizables que ya son una revolución en varios rincones del mundo. Aquí, la historia de su cruzada y otras reflexiones sobre un asunto que todavía le pone a muchos la cara color rojo sangre.

Fotos: Be Girl - Foto:

Que a una persona se le venga la sangre por la nariz no es motivo de vergüenza. Quienes estén alrededor saldrán a ayudarla, a ponerle un trapito sin asco. "El problema con la menstruación es que la sangre sale por nuestro aparato reproductor... si fuera por el codo, la historia sería otra”. A la diseñadora risaraldense Diana Sierra le gusta utilizar esta metáfora para explicar cómo esta función fisiológica está cargada de vergüenza. Y hay una delgada línea entre el rechazo que genera y la discriminación. Ya en la década de 1970, la escritora Gloria Steinem, ícono del feminismo, había advertido que si los hombres fueran los que menstruaran, presumirían de ella como una demostración de su masculinidad: se referirían a la duración de sus periodos como algo loable y hasta convencerían a sus parejas de que el sexo es más satisfactorio en esos días del mes.

“A esto se suma que muchos productos femeninos son creados por mentes masculinas, pues aunque las proporciones están cambiando, tradicionalmente había más ingenieros y diseñadores industriales. Además, como nosotras tenemos una menor representación en el poder legislativo suceden cosas como que las toallas higiénicas vengan gravadas. Es inaudito pagar un impuesto por ser mujer, por un producto de primera necesidad dentro de la canasta familiar, y no un objeto suntuoso”, comenta Diana, a quien le gusta hablar del tema sin pinzas, sin decorarlo, como lo hacen los comerciales en que el cuerpo expulsa “sangre azul clarito”. Para ella, el pudor es el responsable de que no se use la palabra “menstruación”, tal y como es, sino que se recurra a eufemismos incluso pintorescos del tipo “la mensual”, “estar con Pachito”, “la colorada”, “tener la visita” o “el mal de las mujeres”.

Aunque esta siempre ha sido una realidad incómoda en muchas culturas, reconoce que en su pubertad lo único que la mortificó fue recibir la instrucción de que debía comportarse “como señorita”. Sin embargo, pudo estudiar diseño industrial en la Universidad de los Andes, como quiso, para luego hacer la Maestría en Gestión Sostenible de Columbia en Nueva York, como ella eligió. Puede sonar raro, pero la menstruación y las oportunidades de educación a veces se cruzan en algún punto. De eso fue testigo en el África rural, adonde aterrizó como parte de un equipo de las Naciones Unidas que ejecutaría un proyecto de empoderamiento de las artesanas y campesinas de la zona: “Me impresionó ver una campaña –similar a las que ponían en Colombia en los colegios en que un conejo enseñaba a cepillarse los dientes–..., pues en Uganda el cartel lo que les enseñaba a las alumnas, con dibujitos y todo, era qué hacer si las violaban. Lo tienen todo en contra... Como si fuera poco, las cifras de deserción escolar rondan el 40 por ciento por la falta de acceso a productos sanitarios. Para ir a clases se ponen trapos antihigiénicos, duros, gruesos y pasan ocho horas sentadas sin moverse para que no se les caigan. Caminan largos trayectos y terminan con llagas entre las piernas. Pero de eso no hablan. Es demasiado sufrimiento, por lo que muchas prefieren ausentarse de las aulas por cinco días al mes”. Aun así, no es fácil llegar a la raíz del problema. Porque el argumento para retirar a las niñas de la escuela es que no tienen buen rendimiento, que no sirven para el estudio. “¿Quién puede sacar buenas notas si se pierde casi la cuarta parte del año? Muchas se están quedando por fuera de las oportunidades por ser mujeres”. La problemática no es exclusiva de esa región: se estima que 250 millones de niñas en el mundo no pueden acceder a estos bienes. En Kenia, un solo paquete cuesta la mitad de un salario diario.

Con la idea de romper esa reacción en cadena se ingenió unas toallas sanitarias reusables. Como ella misma explica, se acordó de la recursividad de su ídolo de infancia MacGyver, ese héroe de televisión que todo lo resolvía, y “hackeó” una de las convencionales. Hizo su primer prototipo con la tela impermeable de una sombrilla y la malla de un mosquitero, para elaborar un bolsillo en el que pudiera introducirse el material absorbente. “Como diseñadora es lo mínimo que puedo hacer. Es una cuestión de ética profesional”. Porque para entonces, en Estados Unidos, los clientes de Diana habían sido Nike, Panasonic y Tommy Hilfiger, entre otros: “La gente no necesita una cuchara más, un reloj más, unas gafas más. Eso no le cambia la vida a nadie”.

Así nació la marca Be Girl (Ser niña), que ya ha hecho presencia en 12 países y cuyos productos, de gran calidad y elaborados con diseños llamativos, se distribuyen a través de varias ONG. Y por cada venta, una niña es beneficiada. A la toalla le siguió el calzón reutilizable pues Diana se dio cuenta de que en algunos lugares no se dan el lujo de la ropa interior y por ende no hay forma de sujetar una compresa. “La idea es que cada usuaria use el absorbente al que pueda acceder, siempre y cuando esté limpio: en las islas Salomón, por ejemplo, es común la esponja marina. De ese modo son conscientes de lo que está en contacto con su cuerpo. ¿Alguien sabe qué químicos hay en un tampón? A las marcas no se les obliga a dar todas las especificaciones, por razones de propiedad intelectual”.

Al mismo tiempo se trata de una opción amigable con el medio ambiente, a diferencia de los desechables, que tardan entre 500 y 800 años en biodegradarse, y que solo en Estados Unidos suman 20.000 millones de unidades arrojadas a la basura anualmente. Cada mujer a lo largo de su vida fértil bota unos 16.800 productos de estos. Para volverla visual, con esa cifra podrían hacerse 3 colchones tamaño King.

El mayor reconocimiento que Diana Sierra ha podido recibir le llegó en forma de una carta desde Tanzania. En ella la remitente expresaba su gratitud: decía que estaba feliz de saber que alguien, en un lugar tan lejano, pensaba en ella y que finalmente se sentía orgullosa de ser niña.

Una mala reputación

Diana Sierra considera que en muchas culturas, como en la africana, la sangre tiene una connotación mágica: “Se cree que puede hacerse daño con ella”. En la ecuación hay que agregar el velo religioso. El Corán llama a la menstruación "un mal"; la Biblia, "la inmundicia", y La Torá la considera "impureza". “Esas ideas prevalecen”, explica el doctor Miguel Alarcón, profesor de Ginecología de la Universidad Industrial de Santander. “A las mujeres que visitan los viñedos franceses les advierten que no entren si están menstruando para no dañar el vino. Hace un par de años salió al mercado un medicamento para realizar una limpieza vaginal posmenstrual, como si la persona quedara contaminada”.

“Todo lo que tiene que ver con el sistema reproductivo de las mujeres parece ser controlado a través del miedo”, comentó a FUCSIA la artista y comediante norteamericana Chella Quint, autora de una TEDx Talk sobre el tema y creadora del proyecto #periodpositive. En la Grecia antigua los doctores pensaban que el útero viajaba por el cuerpo y que esto nos hacía histéricas e irracionales”. Para ella, los avisos publicitarios de las grandes compañías de productos sanitarios femeninos hacen eco del tabú sexista: “Han predominado los discursos negativos que usan el secretismo y la vergüenza para vender”. La falta de información es tan grande que incluso se ha encontrado con estudiantes que piensan que la sangre menstrual es azul. Mientras así sea, habrá quienes estén dispuestos a invertir en los supuestos mejores recursos, con tal de no pasar por la pena de una mancha indiscreta: “Recuerdo que en una pijamada me pasó y las demás niñas se burlaron de mí. Empecé a comprar las toallas más caras pero en realidad no necesitaba protegerme de un derrame sino del miedo. Todavía nos incitan a esconder un tampón con las mangas en vez de decir que tenemos el periodo”.

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