La celebridad en Instagram que lo fingió todo

Revista Fucsia, 19/4/2016

Nadie dudaba de Amalia Ulman, de su vida llena de lujo y pretensiones, lo que no sabían es que todo era parte de un plan muy bien calculado. #arteeninstagram #estereotiposdigitales

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Nadie sabía quién era Amalia Ulman hasta el 2014, cuando se convirtió en una celebridad en Instagram. Lo que primero llamó la atención fueron sus selfies, en las que hacía alarde de su pretencioso estilo de vida, pues posaba en medio de paquetes de compras de marcas de lujo, en hoteles cinco estrellas y restaurantes con cenas fastuosas. Luego empezó a exhibir su cuerpo en ropa interior de seda y vinieron las cirugías de aumento de senos, rinoplastia y el tratamiento con bótox, todo con tal de lucir perfecta.

La historia dio un giro dramático cuando la joven mostró evidencias de estar atravesando una crisis emocional que la llevó a consumir drogas. “Eres una idiota con demasiado dinero y sin intereses reales”, le escribían los espectadores de esta especie de reality show, que hacia el capítulo final ya tenía un rating cercano a 90.000 seguidores. La aventura terminó con una nota al pie de una fotografía en la que se disculpaba por su comportamiento y comunicaba su intención de recuperación. Lo que sucedió a continuación fue la publicación de una serie de imágenes que manifestaban lo que podría ser una vida “reconciliada, saludable, plena y espiritual” o, si se quiere, todo lo que encarna el ya conocido hashtag “Namaste”.

Para sorpresa de esa multitud que no se perdía ninguno de sus post, todo había sido un montaje, una obra de arte performativo titulada Excelencias y perfecciones. El público no dudó de la credibilidad de sus vivencias fotográficas porque Amalia se paseó por los lobbies y ascensores de hoteles, compró ropa que luego devolvía y, al mejor estilo de los actores de método (esos que adelgazan 14 kilos para un papel), tomó clases de pole dance e incluso visitó médicos con tal de fingir sus cirugías. Pero finalmente, en su newsletter privada anunció: “Siento no haber escrito durante un tiempo. No quería interrumpir el ritmo del proyecto porque me interesaba convencerlos de que mi derrumbamiento era real y que confiaran en las imágenes por encima de todo. Habría sido muy aburrido si en vez de eso les contara lo feliz que estoy… a nadie le interesa eso”.

En este proyecto que le da la vuelta al mundo y que en este instante se exhibe simultáneamente en Londres en la galería Whitechapel, en la Electronic Superhighway y en el Tate Modern, Ulman decidió narrar la historia de una mujer de 25 años que después de una supuesta ruptura amorosa transformó su vida para convertirse en el estereotipo de “Good girl gone bad”. Para esto la artista construyó una fachada digital basada en un guion donde la protagonista era una mujer provinciana que soñaba con ser modelo, que anhelaba ser mantenida por un millonario y decía cosas como: “Razones por las que quiero estar linda para mí: plantar la semilla de la envidia en los corazones de las demás zorras”.

En un primer episodio incluyó fotografías de su estilo de vida, imágenes consideradas clichés digitales como fotografías de bebés, flores, mesas de composiciones “perfectas” y desayunos de café con tostadas y fresas. Todas las imágenes que componían su red pretendían delatar un estilo de vida digno de una dulce itgirl o instagirl. La historia cambió cuando reemplazó la estética de una chica “cute”, cuyos intereses eran la ropa interior de seda, los accesorios rosa y las frases motivacionales, por la de una típica joven problemática que atraviesa una crisis emocional. Además de fingir las cirugías y el consumo de drogas, incluyó fotografías de sí misma en faldas cortas, selfies de su escote y de su derrière, y tal vez para hacer énfasis en estereotipos conductuales de las mujeres actuales, subió un video haciendo los movimientos del famoso “twerk”.

Su principal fuente de inspiración fue la polémica actriz Amanda Bynes, protagonista de escándalos por cuenta de sus problemas con las drogas. Incluso, Amalia ha manifestado que el público que seguía su teatro “quería que fracasara de forma humillante”. En eso radica el encanto de la cultura de las celebridades, según el profesor Ellis Cashmore, sociólogo experto en el tema: “Nosotros, la audiencia, nos convertimos en jueces y podemos decidir si lo que hacen los famosos es, en términos morales, bueno o malo”.

En entrevista para The New York Times la artista contó que su obra consistió en una pequeña rebelión, una forma de señalar la manipulación inherente a los medios sociales y en mostrar cómo “el self público es, incluso en sus formas más honestas, una ficción”, pese a que promueven la autenticidad y a que el mandato sea “ser uno mismo”. El antropólogo Daniel Miller señala que paradójicamente internet apareció para ampliar las posibilidades del anonimato, que las personas pudieran explorar diferentes formas de identidad: “Había un chiste famoso que mostraba la caricatura de un perro que decía: ‘En la red nadie sabe que eres un perro’. Hoy, con las plataformas virtuales, la preocupación de la gente es la contraria: la pérdida de privacidad”, comentó a FUCSIA. Así mismo advierte que es fácil culpar a la tecnología “cuando en realidad el chisme, el escándalo, no es nada nuevo y siempre hemos tenido que aprender cómo ser cuidadosos con la información privada. La clave para entender los nuevos medios no es que estos empeoren un problema sino que hacen evidente que lo tenemos”.

Amalia se interesa por despertar la mirada de quienes están insertos en el mundo digital y lo hace develando un estereotipo de mujer que es mantenido y proliferado por las tendencias digitales, las cuales implican un modelamiento de la vida femenina no sólo en una categoría estética, también ideológica y espiritual. “Al convertir Instagram en el escenario de su obra, ella se une a la tradición de artistas que han utilizado los medios precisamente para hacer un comentario sobre sus características y funciones”, explicó a esta publicación Simon Baker, curador de la exhibición Performing for the Camara, del Tate Modern en Londres, de la cual hace parte el trabajo de la joven. “En esta exposición, por ejemplo, hay obras de Jeff Koons y Lynda Benglis que usan la publicidad de las revistas como piezas de arte con el fin de intervenir en debates acerca de la integridad e identidad artísticas.

Ulman se basó en la manera como las celebridades han utilizado las redes sociales, para crear una narrativa imaginaria que involucra las respuestas de las audiencias. Las artistas feministas como ella han jugado con imágenes estereotipadas con la intención de destacar cómo estas concepciones se producen y se refuerzan. En ese sentido, va en contracorriente de las construcciones sociales normativas de identidad. Puede que sea exagerado decir esto, pero es probable que si la primera generación de feministas hiciera activismo hoy, con las mismas situaciones, también estarían utilizando las redes sociales como campo de batalla”.

Los tags “nofilter”, “sugarbaby”, “lifegoodess” y “iwokeuplikethis” son convenciones que dan cuenta de esa presión –si se quiere psicológica– impuesta a las mujeres, basada en la adquisición inmarcesible de bienes que en la mayoría de los casos no son necesarios y que promulgan una belleza ambigua porque invita al infantilismo de la experiencia femenina favoreciendo estéticas pueriles, color rosa, tiernas y tersas (imágenes predominantes en la cultura coreana), al mismo tiempo que exige un empoderamiento erotizado del cuerpo –se exalta la dinámica exhibición/voyerismo–. Además es una belleza ambigua porque siendo ficticia, apela a lo natural (pero lo natural después de una capa de base y de colorete al estilo “nude”).

“¿Es esta la primera obra maestra de Instagram?” se pregunta The Telegraph en el encabezado de la entrevista realizada a Ulman, sugiriendo el hecho de que en el mundo de las redes sociales se es testigo de pequeñas ficciones cotidianas, así como se es autor de narrativas autobiográficas matizadas –en el mejor de los casos– por lo que es ideal para cada quien o manipuladas por los estereotipos digitales.

Amalia no pretende demonizar las redes sociales o las imágenes digitales, estas pueden ser un instrumento de alcances fundacionales en la construcción de la identidad, sobre todo en los adolescentes (que se comunican como nunca antes los humanos lo habían hecho). Los usos de estas herramientas varían desde la exploración y la elaboración de la propia imagen hasta el archivo y futuro seguimiento de sí mismo a través de la fotografía, en palabras de la artista: “Yo me tomo selfies casi siempre para recordarle a mi próximo self donde he estado”.

El resultado de la interacción con las redes depende de la actitud con la que el usuario se aproxime a la herramienta, si la intención es pasiva o activa. En otras palabras, si la persona absorbe las influencias iconográficas sin antes pasarlas por un “filtro propio” o si selecciona las influencias de las redes con la conciencia acerca de qué conviene para sí o con qué siente sincronía respecto a su identidad. No tendrá la misma conclusión quien observe pasivamente las tendencias y las legitime como manuales de vida o instancias a las cuales debe aspirar (se trate de la figura de Gigi Hadid o de las selfies “despreocupadas” de Alessandra Ambrosio), al sujeto que admire las tendencias y descarte, por ejemplo, los ideales de belleza de supermodelos nórdicas como roles a seguir (porque para empezar ya miden 40 cm. más que el promedio y porque además son supermodelos y extraordinariamente famosas por el hecho de que su belleza no es algo común).

En las redes sociales no todo es homogeneización, estereotipos, fachadas y manipulaciones. Si se pone real atención al detalle, se pueden encontrar usuarios que crean estéticas auténticas y tienen exploraciones psicológicas genuinas. Al final no se trata de ser víctima de las redes sociales, sino de nutrirlas con la experiencia individual honesta y con las bellezas e intereses múltiples. Puede resultar interesante usar la imagen y las plataformas virtuales como un modo para mostrarle al mundo una mirada personal, para construir una voz que lleve un nombre propio. ¿Qué opina de su cultura, su profesión, la música, la literatura, su propia belleza? pueden ser preguntas cuya respuesta la audiencia encuentre en las imágenes que componen sus redes.