Ser mujer... ¿se nace o se aprende?
El género es un concepto que hasta hace poco todos creíamos que era muy sencillo. Sin embargo, hemos ido descubriendo, por cuenta del cine y la literatura, que al contrario de lo que pareciera, es algo bastante complejo.

El género es un concepto que hasta hace poco todos creíamos que era muy sencillo. Sin embargo, hemos ido descubriendo, por cuenta del cine y la literatura, que al contrario de lo que pareciera, es algo bastante complejo. En mi generación, la de los baby boomers, con trabajo sabíamos cómo nacía un bebé. Creíamos que una mujer quedaba embarazada cuando le daban un beso y que el único destino era el matrimonio, los hijos y obedecer a un marido.
Hoy ese tipo de feminidad esta revaluado y a las generaciones X y Y (los famosos millenials) les parece de la época de los dinosaurios. Para empezar, eso de hombre y mujer, masculino y femenino ya no es un concepto universal. Podría decir, sin temor a equivocarme, que cada mujer tiene su propia visión de lo que significa ser mujer. Me pregunto si es algo que aprendemos de niñas o lo determina nuestro ADN. Según los expertos no solo es una cuestión de genética sino de las experiencias y las circunstancias que la mayoría están fuera de nuestro control. Por eso, no se puede hablar de un género, el femenino o el masculino, pues para los jóvenes actualmente existen variaciones que ellos se niegan a rotular por fuera de un sistema binario.
Están las mujeres que desde que tienen conciencia aman el rosado, adoran disfrazarse de princesas y sueñan con el príncipe azul montado en un caballo blanco que las va a rescatar de la monotonía y que promete amor eterno. Son perfectas como amas de casa y su mundo gira alrededor de un marido y unos hijos. Otras nacen rebeldes, detestan las faldas, se trepan a la rama más alta del árbol y no quieren saber ni de Barbies, ni de jugar a la casita. Al crecer se dedican a estudiar, compiten con los hombres en igualdad de condiciones y su trabajo es la prioridad en la vida.
Podría decirse que son los dos extremos del ser mujer. En medio se encuentran una infinidad de variaciones, todas válidas.
Esto se puede apreciar en películas como La chica danesa, una adaptación de la novela de David Ebershoff que trata el tema del transgenerismo a través de un personaje de principios del siglo pasado, encarnado por Eddie Redmayne, quién actúa en el rol de un artista mediocre que decide que su verdadero ser es femenino y no masculino. Estando casado se convierte en Lili Elbe con la ayuda y comprensión de su esposa. Redmayne tiene todas las probabilidades de conseguir su segundo Óscar consecutivo como mejor actor, cosa que hasta ahora solo han logrado Spencer Tracy y Tom Hanks.
Otra versión de las múltiples feminidades se ve caracterizada por Cate Blanchett y Rooney Mara en Carol, una película que expresa las emociones de un amor prohibido en su época con gestos como el movimiento de una ceja o una mirada fugaz. En una palabra, una lección de los secretos de seducción entre dos mujeres. Para mí el tercer ejemplo de la versatilidad del género femenino es el papel que representa Amy Schumer en Trainwreck. Caracteriza un tipo de mujer que se cansó de ser sumisa, que se ha empoderado de su vida y de sus sentimientos. Crece copiando el comportamiento de su padre, quien cree que en la variedad está el placer y que no es capaz de consolidar una relación, lo que lo lleva a terminar enfermo y solo. Por eso ella no se compromete, busca en el sexo solo placer, no sabe de amor y al intentar comportarse como un hombre se estrella contra el mundo.
Las jóvenes de estas generaciones internalizan su feminidad a través de la moda, la cultura y crean su propio tipo de mujer. Amplían sus horizontes y brillan con su propio esfuerzo. Ahora falta que sus contemporáneos entiendan estas nuevas formas de la expresión femenina y les permitan extender las alas y volar. Aunque en realidad, pienso que nadie va a pedir permiso. Hace mucho dejamos der ser objetos bajo escritura pública de un marido, novio o amante.