bicentenario

Las joyas en 1810

Por Patricia Gamboa, 11/3/2010

De las piedras preciosas a la fantasía, la joyería de la Independencia se fraguó imitando los modelos europeos y trasladándolos al uso de piedras propias de nuestra naturaleza.

Las joyas en 1810 - Foto:

Cuatro tipos diferentes de joyería coexistieron durante el siglo XIX. La joyería elegante, elaborada con finos materiales y gemas; la de uso cotidiano, rica en formas y combinaciones; la joyería de luto, que incluía piezas de azabache, perlas y esmalte negro, muy acordes con la ocasión y, por ultimo, la de imitación o ‘de fantasía’, que copiaba los modelos europeos haciendo uso de procesos industriales y sustituyendo materiales finos por baratos. Así, desde mediados del siglo XIX los diamantes, perlas, rubíes, esmeraldas, oro y platino, empezaron a ser sustituidos por granates, topacios, turquesas, amatistas, circones, plata y otras aleaciones metálicas de gran similitud con el oro.

Respecto a las piezas, se destaca el uso de los aderezos (collares, pendientes, broches, anillos, brazaletes, tiaras o diademas), y de los semiaderezos (collar, anillo o brazalete y pendientes). La combinación y uso de piezas variaba de acuerdo con la ocasión y estaba ligado al gusto e imaginación del cliente, pero siempre se basaba en el mismo diseño concebido por un joyero. Las piezas como los medallones o ‘guardapelo’ incluían inscripciones amorosas o retratos en miniatura de los seres queridos, incluso de los fallecidos. Un buen ejemplo de la manera como se llevaba el luto por la muerte del esposo mediante el uso del camafeo lo encontramos en el retrato de la heroína de la Independencia, Carmen Rodríguez de Gaitán, que conserva el Museo Nacional de Colombia.

La extracción de perlas fue abundante en las islas próximas a la bahía de Panamá y en los arrecifes de la península de la Guajira, que desde la época de la Colonia suministraban grandes cantidades de éstas. Lucir un buen collar implicaba tener un bello escote, pero, además, poder combinarlo con un par de aretes o zarcillos. Esta tendencia, aún vigente, se puede seguir iconográficamente en algunas mujeres retratadas por los viajeros de la Comisión Corográfica a mediados del siglo XIX. Adicionalmente, el retrato más importante de Manuelita Sáenz, miniatura que conserva el Museo de Antioquia, nos muestra el gusto que tenía por las perlas, elemento que junto a las esmeraldas fue muy característico de la joyería neogranadina.
 
El marido lograba elevar la distinción de su mujer cuando le regalaba joyas de oro, plata y piedras preciosas que realzaban su rostro. La filigrana de Mompox, Santa Fe de Antioquia y Barbacoas fue una manera más modesta de acceder a piezas de joyería; sin embargo, la herencia o testamentaria de una mujer siempre incluía las joyas como objetos celosamente repartidos entre las hijas. Los cronistas cuentan cómo los sacerdotes que congeniaron con la gesta de la Independencia organizaban colectas desde los púlpitos para recoger ropa, alimentos, dinero, oro, plata y joyas con destino a fortalecer al desnutrido ejército patriota.


Las joyas en el 2010
Aunque las joyas sean de mentiras, la bisuteria tiene tanto trabajo y creatividad como si fueran verdaderas.
La cultura popular y la industria de la moda se han influenciado mutuamente desde tiempos inmemoriales. La diferencia está en que hoy los collares, aretes y pulseras no están hechas de oro, plata o piedras preciosas, que han sido reemplazados por plástico, metales, paja y semillas.

Inspirados en las eternas perlas de chanel, las falsas en todos los tamaños serán el accesorio favorito de esta temporada, junto con los aretes largos de filigrana, las cadenas y monedas y los brazaletes de colores. La mujer, fiel a su naturaleza, sigue las tendencias para adornarse con sus joyas preferidas.