palabra de hombre

Míralos cómo bailan

Samuel Giraldo, 4/1/2011

Llegó diciembre, época de odiosas fiestas empresariales, de interminables reuniones familiares y de sosos almuerzos que suelen terminar en tragos felices en el apartamento de algún nuevo mejor amigo.

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Cuando se menciona la palabra “diciembre” se vienen a la cabeza muchas cosas entrelazadas con cierta dosis de nostalgia. No podemos evitar recordar la dulce infancia, los primeros regalos de parientes cercanos, las vacaciones de la adolescencia prematura, las incipientes huidas furtivas a alguna playa o a una finca cómplice de las aventuras del crecimiento.

Suena bonito todo esto, pero diciembre también es parranda, comida, rumba, licor y, sobre todo, mucha música. Soy de los que desde septiembre, justo cuando comienzan los meses terminados en ‘bre’, sólo pone salsa en el carro. De Víctor Manuelle, de Gilberto Santa Rosa, pura salsa de alcoba que entremezclo con canciones de remota juventud del Grupo Niche y Guayacán. Obvio, me da por bailar, y cualquier cerveza me dispara ese gen tercermundista de hombre nacido en república bananera que hace que, cuando estoy feliz, me dé por tocar una batería imaginaria en una reunión.

Ese soy yo en diciembre y siempre creí que casi todo el mundo en este país sentía lo mismo, pero los gustos han ido cambiando y nuevas modas musicales se pueden ver muy bien en diciembre. Desde hace tres años siento con fuerza a los amantes del reguetón tomarse las fiestas con su ridículo perreo que los hace sentir sensuales, así carezcan de estilo boricua. Cantan a gritos letras ridículas que hablan desde el pin del Blackberry, le dicen a las chicas “mami” y terminan haciendo chistes con “este es el negocio, socio”. Pero lo que más me cuesta entender es cómo un hombre ‘perrea’ con una barriga de tres arrobas o cómo una desculada mueve sus caderas como si fuera Jeniffer López.

Insisto en que en los meses del ‘bre’ soy salsero por pura reminiscencia. Entiendo a los reguetoneros porque creen verse sensuales así sus carnes o figura no se presten para el ritmo, pero no la voy con la melancolía de los vallenateros. Qué cosa más triste es ver que gritan en las rumbas, ponen las manos como rezando padrenuestros, hacen cara contemplativa de santo de iglesia y dan unos alaridos desacompasados que de verdad dan grima. Nunca he entendido por qué sufren tanto del amor los que rumbean al son de vallenatos.

Pero nada más ridículo que los que se bailan diciembre a puro techno al compás de Guetta o de Ricard. Son casi cuarentones que mataron su juventud entre 1995 y el 2005 anhelando vivir una larga noche en cualquier discoteca de Ibiza. Les da por dejarse una ridícula chivera en forma de candado que les pone una cara de macarras mediterráneos. A las mujeres les gustan los brillantes, las camisas vaporosas y una larga y lisa, muy lisa, cabellera para bambolear. Para cualquiera de los dos estilos, son obligatorias las gafas y hablar con propiedad del Dj residente de Pachá o de Kripton. De toda la fauna decembrina son los más decadentes, porque no conjugan y poco a poco los deja el tren musical.

Diciembre es un mes decadente y maravilloso para reencontrarse con su cultura musical. Nada como piscina, los 50 de Joselito y marranada. O mejor: cabalgata en algún pueblo cantando a grito herido con Vicente Fernández.