Sexo

Sexo del siglo XXI

Arnoldo Mutis, 6/5/2013

La verdadera meta de la sexualidad en esta centuria no es enseñar cómo complacer a muchos amantes o tener orgasmos múltiples.

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Lo realmente importante es formar a seres humanos capaces de aprovechar con sensatez las grandes libertades alcanzadas desde la revolución erótica de los años 60.   
 
Hace cosa de cuarenta años, cuando se hacían previsiones acerca de cómo sería el entonces venidero siglo XXI, se hablaba de turismo espacial masivo, ausencia de enfermedades y tráfico urbano por los aires. Se suponía además que hombres y mujeres dedicarían la mayor parte de su tiempo al ocio contra lapsos muy breves de trabajo.
 
Casi una década después de la llegada de esta nueva centuria, tan fantásticos anhelos siguen siendo un sueño, pero quizá sirva de consuelo decir que en materia de sexo los pasos fueron enormes. La revolución de los años 60 sirvió para liberar a la sexualidad del oscurantismo, para el cual estos placeres eran inmorales y sucios, mucho más cuando no tenían como objeto la reproducción.
 
Hoy, cosa impensable hace cien años, las leyes protegen a los derechos sexuales como parte del libre desarrollo de la personalidad. En general, ya nadie se escandaliza con las relaciones íntimas sin matrimonio, ni con el sexo oral. En el mundo llamado “libre”, la sodomía, o el “nefando pecado” como lo calificó la Inquisición, así como el homosexualismo, ya no dan pena de muerte ni cárcel.
 
Todo ello, gracias en buena medida al auge de los medios de comunicación y, en los últimos años, con la complicidad de la Internet, en donde todas las fantasías, curiosidades, gustos, estilos de llegar al éxtasis y perversiones tienen cabida sin control. De hecho, la Red acuñó el cibersexo, en el que se puede compartir el goce erótico con otros a través del computador y su web cam.

Con estas ayudas y libertades, hoy la gente tiene más sexo y lo disfruta más, pero, ¿qué sigue en las próximas décadas? Los que creen que todo está dicho, se equivocan, pues el instinto sigue siendo el mismo, pero la búsqueda del placer mucho más intensa, de acuerdo con los sexólogos italianos Giovanni Carrada y Emmanuele Jannini. Si algún legado le dejará este siglo a la sexualidad, dicen ellos, es lo que se ha dado en llamar la “ciencia del amor”.
 
Gracias a los progresos científicos el estudio de la sexualidad ya no es terreno exclusivo de ginecólogos y sexólogos, pues se amplió a campos diversos como anatomía, biología, sicología, neurología y antropología, y cada uno de ellos ofrece resultados fascinantes”, explican los especialistas. A esta nueva disciplina se le deben esas noticias que abundan hoy en los medios como “el sexo calma el estrés” o “besar fortalece las defensas”, basadas en estudios de prestigiosos centros de todo el globo.
 
La conclusión primordial de esta biología del amor, es que este sentimiento no nace en el corazón, sino que es una combinación de imágenes cerebrales, hormonas y genética. De los estudios de estos factores dependerá en parte el sexo del futuro, pues introducirán mejoras a las relaciones y la curación de la impotencia o la ausencia de deseo, entre otras disfunciones.

Por el lado de la mujer, sin duda, habrá cambios. Ya a finales del siglo XX se impuso una nueva exploración de su cuerpo y se descubrieron las bondades del clítoris o el Punto G, al tiempo que la menstruación, tachada por la Biblia como sinónimo de impureza, se proclamó como señal del poderío femenino.
 
Ese positivismo crece, con visiones como la del filósofo Guido Mizrahi, de la Universidad de la Sorbona, de París, para quien el siglo XXI será femenino porque “vamos a terminar con esta división de dos atribuciones muy separadas: hombre y mujer. El hombre va a integrar lo que rechazaba dentro de sí: su aspecto femenino. Eso le va a dar una vida más conectada con sus sentimientos. Y la mujer ya está activando los atributos masculinos que son saludables para su vida”. Además, Mizrahi asegura que por estar hoy más activas y atentas, las mujeres van a querer hombres más amorosos y lo van a lograr educando a sus hijos de una manera distinta, como muchas ya lo están haciendo.

Ello mejorará la vida sexual, pero tomará tiempo. Mientras eso sucede, a tan esperanzados pronósticos se les oponen algunos lunares. La permisividad de los últimos tiempos es mejor que la represión de antaño, pero también tiene sus riesgos y es así como a las adicciones a las drogas o el alcohol, ahora se les suma la del sexo, que pone en riesgo la salud de quien la padece: el deseo incontrolable de tener relaciones a cualquier hora y lugar suele llevar a no protegerse con preservativo, lo que puede acarrear el contagio de enfermedades de transmisión sexual tan graves como el sida.

Preocupa también a los expertos en estos temas, la descontrolada manera en que circula la información sobre sexo en Internet, pues tiende a deshumanizar al erotismo. Cada cabeza es un mundo, dice el adagio popular, y en este asunto en particular no siempre prevalece el buen criterio para llevar a la práctica lo que la Red informa, sobre todo si se trata de niños y adolescentes.

A propósito de estos últimos, el reto de los años venideros será optimizar la educación sexual, que probado ha sido un fracaso en todo el mundo, a juzgar por el cada vez más creciente auge de los embarazos en adolescentes y los jóvenes infectados con enfermedades venéreas.

Entonces, la creencia de que la sexualidad del siglo XXI se asienta en lo que Carrada y Jannini llaman la “erectología”, o la urgencia de conseguir más orgasmos o más amantes, es vana. Ese ser humano de hoy, tan conocedor de técnicas de seducción o posiciones en la cama, está solo y encerrado en su vanidad, de acuerdo con José Abadi, autor de una recomendable lectura: El sexo del nuevo siglo. Allí el autor coincide con Mizrahi en la necesidad de mirar a otras culturas que reflexionan desde hace siglos sobre el sentido profundo de la sexualidad.
 
En Occidente el cuerpo está desvalorizado, pues se le ha dado mucho lugar a la mente, que es proclive a ilusionarse y reprimir afectos. El cuerpo con su sentir, en cambio, lleva a lugares más espirituales. Quizás estemos asistiendo a la agonía de esta cultura que comenzó cuatro mil años atrás y sea el comienzo de una nueva civilización que integre a Oriente y Occidente”, anuncia el filósofo.