Sexo

Las partes de la mujer que más les gustan a los hombres, por Adolfo Zableh

Adolfo Zableh, 11/12/2016

Adolfo Zableh Durán, nuestro columnista estrella, habla de esos lugares del cuerpo femenino que encantan pero que quizás para nosotras no son tan evidentes.

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Cara, tetas y culos miramos todos, no precisamente en ese orden. A veces vamos de arriba abajo o de atrás hacia adelante, según la situación o los gustos. Pero eso es lo obvio. Las mujeres suelen esmerarse en esas partes que creen que nos vuelven locos, y por lo general tienen razón, pero se olvidan de esos otros lugares menos taquilleros donde también nos gusta perdernos.

Populares y evidentes están los ojos y los labios. Profundos los primeros y carnosos los segundos, suelen taparlos (adornarlos, dirían algunos) con maquillaje de colores. Contrario a lo que se dice de las tetas, más que el tamaño importa es la forma, de ahí que las 36C sea un tamaño muy consumido pero bastante sobrevalorado. En cuanto a los culos, mejor si son breves, puntuales, más cercanos a los de las cachacas que a los de las costeñas. Cuestión de gustos.

Adolfo Zableh también piensa que Tienen lo suyo las mujeres de 35 y cuánta razón tiene.

Pero basta de hablar de lo evidente. El cuerpo de una mujer esconde sitios que nos fascinan. Las clavículas, por ejemplo, esos huesos horizontales que van del cuello a los hombros y que suelen fracturarse los ciclistas cuando se caen. Una camisa medio abierta que los deje en evidencia no tiene pierde. Y por detrás casi a la misma altura de ellos, el omoplato. Una mujer desnuda que mueve los omoplatos sin saber que lo hace, es un premio que a veces no merecemos. Y ahí no más están las vértebras, que sirven para que la espalda no se desparrame, pero también para ser sentidas con la mano cuando, al arquearse, sobresalen apenas. Clavículas, omoplatos y vértebras; no hay manera de hacerles tratamiento estético, pero motivan igual que cualquier escote.

Por el mismo orden está la nuca, y hay ahí un conflicto de intereses, porque si bien el pelo suelto tiene su gracia, recogido o corto deja ver esa parte trasera del cuello, que ni idea qué tendrá pero que dan ganas de oler, besar y acariciar, si nos llegan a dar permiso. Otra cosa rara es que los pies sean un fetiche y los huesos de las caderas, no. Es esa la parte de una mujer que más me ha marcado, literal y figurativamente. Estaba en la universidad y mientras yo estaba enamorado, ella me usaba de amante. “Usar” suena feo ahora, pero en su momento era la gloria. A veces, cuando bailábamos, teníamos sexo o dormíamos, los sentía tanto que chuzaban. Para tener unos huesos que sobresalgan así hay que ser muy flaca o tener un esqueleto peculiar. Aún hoy no recuerdo haber deseado ninguna otra parte de una mujer como deseaba esos huesos. Creo que su nombre técnico es cresta ilíaca, pero qué importa ya, si ahora está casada con otro y tiene tres hijos.

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Luego, un poco más abajo, está la parte interna de los muslos, generalmente opacada por su contraparte externa o por la pantorrilla. Difíciles de tonificar, quizá en ello radica su gracia. En eso y en que acceder a ella sea realmente difícil. Cuando un hombre puede tocar la cara interna del muslo de una mujer sin recibir una bofetada sabe que está del otro lado.

Hora de hablar de las manos. Dicen que ellas revelan la verdadera edad y que poco o nada se puede hacer para disimularla. Yo, que me fijo en esos detalles, me intereso en ellas después de los 30, cuando dejan de ser de niña y se convierten en las de una mujer. Algo toscas, gastadas si se quiere, venosas, huesudas y con pecas en algunos casos. Son manos con personalidad que saben tocar. ¡Qué aburridas una manos perfectas!

A la hora de intangibles está el olor, y no me refiero a los splashes y perfumes que se echan para oler rico. Eso gusta, pero es una máscara. Hablo del olor natural que emanan y que puede atraer o repeler. Oler a una mujer, especialmente si no se da cuenta, es clave. Solo si nos gusta eso nos puede interesar conocer el resto del cuerpo.

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Y, por último, lo más obvio: la piel, el órgano más grande que tiene el cuerpo. Tan grande y tan importante que, al margen de cuidarlo con cremas y protegerlo del sol, no le damos la dimensión que tiene. Para seguir recordando, alguna vez salí con una mujer que en apariencia la tenía perfecta, pero luego la examinaba uno y estaba repleta de imperfecciones: una cicatriz en un pómulo, una mancha en una pierna, rodillas prominentes, codos ásperos y pies de futbolista. Eso por no hablar de los granos que todos tenemos y que en ella abundaban.

Mujeres reales con manos curtidas, pieles marcadas y crestas ilíacas de escándalo. Eso es lo que está pegando.

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