Editorial

La infidelidad no es cosa nueva

Lila Ochoa , 14/4/2008

No es que haya algo nuevo que contar sobre el tema de la infidelidad o sobre el sexo por dinero. Desde el día de la creación, no solamente los seres humanos sino la mayoría de las otras especies sobre el planeta Tierra tienen sus deslices.

Cortesía: Revista Fucsia - Foto:

La promiscuidad sexual corre rampante en medio de la naturaleza y el concepto de fidelidad sólo persiste en los cuentos de hadas. Son muy raras las especies que son monógamas: unos cuantos ratones, un gusano que se le pega a la hembra hasta que ésta se muere, y los cisnes, son la excepción. Por eso sería que el papá de una amiga le dijo un día, quien se estaba quejando ante él de las infidelidades de su marido, que debía de haber escogido a un cisne si quería un marido totalmente fiel.

Tampoco la llamada "profesión más vieja del mundo", la prostitución, es noticia, pues se sabe que los animales también pagan por tener sexo, de acuerdo con un reporte de la publicación Comportamiento animal. Según los investigadores, hay algunas especies de pájaros que llevan al nido de su pareja toda clase de delicias como lagartijas, ratones e insectos, pero cuando le quieren coquetear a otra le llevan un regalo todavía mejor, para ganarse su afecto.

El reporte cuenta también que los macacos ajustan su comportamiento de una manera muy particular: arreglan y limpian a las hembras de acuerdo con la disponibilidad, cualidad y según la competencia que haya entre los machos, y consienten mucho más a aquella que cede a sus pretensiones. En pocas palabras, no sólo las mujeres se venden, y a las hembras en general las compran con regalos tan disímiles como lagartijas, cosquillas, joyas o billetes.

Eso me da para pensar que definitivamente las mujeres estamos divididas en dos grupos: las niñas buenas y las niñas malas. No sé si el término 'buenas' sea el correcto, o más bien se asimile a ser ignorantes acerca de las cosas de la vida. Y, ojo, no hay que confundir a éstas últimas con las bobas, que serían una tercera categoría. En todo caso, creo que las malas pasan a la historia y las buenas se quedan en el anonimato.
En cuanto a mí, después de leer varios artículos sobre el escándalo del gobernador de Nueva York, Eliot Spitzer, llegué a la conclusión de que soy una ignorante, pues me parece una cosa de locos el pagar 4.500 dólares por una hora de sexo con una prostituta y 45.000 dólares por un fin de semana. ¿A quién se le ocurre semejante exabrupto? Con razón la industria del sexo es tan buen negocio y, viéndolo bien, ahora me parece que hombres como Spitzer merecen con creces pertenecer a la categoría de 'los bobos'. Lo cierto es que todo esto me recuerda la frase que le oí un día a un amigo de mi papá: "Las personas más poderosas del mundo son los hombres blancos, maduros y ricos, y las mujeres jóvenes y bonitas". Este es precisamente el caso de las dos personas en cuestión, un político millonario que piensa que puede hacer lo quiere y una niña joven a quien le da pereza trabajar porque puede hacerse rica acostándose por 4.500 dólares la hora.

Me imagino que Spitzer se defiende ante su esposa arguyendo que sexo sin amor no es infidelidad, mientras que Ashley Alexandra Dupré piensa que si no cobra caro no la van a tratar bien. Finalmente, si pidiera 200 dólares por hacer lo mismo, no la considerarían especial y valiosa, así es la ley de la oferta y la demanda. ¿A quién le importa que cobre por lo que los hombres le piden durante unos años para pagarse la universidad o comprarse un buen apartamento, si después vuelve a la vida normal, si es que antes de eso no se topa con un amante rico que se case con ella, como en la película Mujer bonita?

¿Y la esposa ofendida? Su desgracia no sólo es un problema personal sino público, pues su dignidad le fue robada cuando tuvo que pararse al lado de su marido ante las cámaras de televisión del mundo entero. ¿Había realmente necesidad de hacer eso?, ¿será que los norteamericanos con sus ancestros calvinistas ven la necesidad de estas confesiones públicas para lavar sus culpas? ¿No habría podido Spitzer ahorrarle esta pena su esposa? ¿Qué pensarán sus hijas? ¿Tendrán que crecer asumiendo que ese es el trato que les van a dar los hombres? O quizás optarán por vivir en estado de negación permanente y someterse a los caprichos de un hombre en aras de proteger hipócritamente su imagen.

No puedo opinar en nombre de las demás, pero prefiero un hombre honesto que sea infiel porque se enamora de otra y no un arrogante egoísta que crea que las mujeres son un objeto, una mercancía. En cuanto a las mujeres que se venden, ese el dilema de la belleza, y por cuenta de ese poder, una mujer bonita puede arruinar la carrera de cualquier hombre, por más poderoso que éste sea.


Lila Ochoa



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