Aruba es uno de los destinos turísticos por excelencia a nivel mundial. Eagle Beach, una de las tantas playas de la isla, fue reconocida como la mejor playa del Caribe en los Premios Travelers’ Choice. Pero la magia de la isla feliz no se reduce a su arena dorada y sus aguas cristalinas, prepárate para vivir una semana en Aruba.
Por: Laura Nieto
Los viajes a las siete de la mañana no son mis favoritos. Suelo tener un poco de ansiedad: los trancones de la ciudad, medir el tiempo para dejar la maleta y revisar múltiples veces si llevo el pasaporte para pasar por migración. Sin embargo, esta vez fue diferente. Viajé con Avianca, en uno de sus 14 vuelos semanales (imposible no encontrar alguno para todo tipo de viajero). Por suerte, y como recomendación para el futuro, viajé en Primera Clase, lo que significa tener acceso a la sala VIP en el Aeropuerto El Dorado (con salas de descanso, buffet y más), no esperar tanto tiempo por el equipaje —porque sale de primeras— y, aunque no es exclusivo de Primera Clase, recibir un trato preferencial por parte de la tripulación.
Después de dos horas en mi cómoda silla, pude divisar por primera vez el mar turquesa de Aruba. La emoción fue creciendo cuando me subí a la camioneta y pude ver más de cerca el agua clara y la arena blanca que atraviesa la isla de esquina a esquina por la autopista.
Almorzamos en Garden Fresh, un restaurante saludable con mesitas en el jardín, donde te reciben con un shot de jengibre (lo que se convirtió en un hábito durante mi estadía en la isla). Las ensaladas se veían deliciosas, pero me decidí por el bowl de salmón y verduras.
Me hospedé en el Courtyard by Marriott, a unos cinco minutos de la playa. El complejo cuenta con un bar junto a la piscina, un restaurante tipo buffet y unas 200 habitaciones en forma de casitas, muy al estilo Miami Vice. Disfrutamos de la piscina con mis compañeros de viaje antes de prepararnos para la cena.
Nuestro itinerario fue especialmente planeado por la Autoridad de Turismo de Aruba, quienes se encargaron de permitirnos vivir una semana mágica en la “isla feliz”. Como cena de bienvenida, y para empezar la experiencia gastronómica, visitamos Caya, un restaurante típico que combina lo mejor de la isla con influencias extranjeras. Había cordero (cocinado por más de 18 horas), pato, tostones con carne mechada y el favorito de la casa: corvina en salsa de banana y piña. Compartimos una copa de vino y disfrutamos de una noche única junto a periodistas de Argentina y Brasil.
La mañana siguiente empezó con una visita al Parque Nacional de Aruba. Conocimos las cavernas y a sus exóticos residentes: familias de murciélagos que habitan allí. Pudimos observar rastros arqueológicos que generaciones pasadas dejaron marcados en las paredes de las cuevas. Una experiencia, sin duda, espiritual. Entender las raíces de la isla y su evolución te conecta en un idioma diferente.
Después del tour, visitamos “Dos Playas”, una playa donde las olas golpean agresivamente las rocas cercanas, ideal para turistas experimentados y locales. Fantástica para caminar sobre la arena. Dez, nuestro guía del día, nos llevó a “La Piscina”, una especie de pozo natural rodeado de arrecifes y corales desde donde puedes saltar directo al mar. Fui la primera en intentarlo y casi me llevo a Dez conmigo. Aunque la distancia parece corta, está rodeada de rocas que amenazan con un impacto seguro. Pero, como todo en Aruba, solo debes dejarte llevar por la experiencia. Tan pronto como sientes tus pies entrar al agua, el miedo se convierte en risa. Seguidos de docenas de extranjeros, pudimos disfrutar del agua fría.
Nos encontramos con Archie, nuestro guía de la ATA (Autoridad de Turismo de Aruba), en Eduardo’s Hideaway para almorzar. Nos recibió con el clásico shot de jengibre y una deliciosa ensalada de salmón, junto con unas loaded fries perfectas para recuperar energía después de una agitada mañana. Si tienes el placer de conocer este restaurante —que tiene cuatro sedes en la isla—, no te puedes perder sus smoothies. Mi recomendado: Berry Twist.
Para finalizar el día y después de una tarde junto al mar, fuimos a cenar a Papiamento. El restaurante está ubicado en una casa que se conserva intacta desde 1983. Con una piscina en el centro y rodeado de palmeras, es el lugar perfecto para una noche romántica o para fantasear con ser la protagonista de una película de los años 50. La comida es deliciosa, el ambiente es fabuloso y la atención, absolutamente encantadora. La langosta es exquisita, pero mis favoritos fueron los postres (especialmente el pie de manzana). Acompañados de Manuel, conocimos el salón de puros y rones, la casa de la reina y la cava privada, con más de 500 botellas de vino de diferentes partes del mundo.
Al día siguiente probé el buffet del hotel, y mi paladar infantil me agradeció por la cantidad de pancakes y tocineta inagotable de la que fui feliz acreedora, aunque las opciones eran infinitas. Ese día, Archie había planeado llevarnos en un tour por San Nicolás, el “distrito de arte” de Aruba. Conocimos a Tito, un arubiano enamorado del arte urbano y su importancia en la resignificación local. Buscando que el turismo regresara al olvidado San Nicolás, Tito convirtió sus calles en arte. Nos mostró a “La Garota” —apodo que le dimos mis compañeros y yo—, un grafiti pintado en la calle principal frente a la galería de Tito. En él se ve una bailarina con un vestido dorado; lo curioso es que no es pintura lo que lleva puesto: es oro real, un guiño a la seguridad y tranquilidad de la isla.
Maravillados e inspirados por el tour de Tito, nos dirigimos a Baby Beach, una playa no tan conocida por los turistas hospedados en el circuito hotelero. Con una fuente de soda en el puerto y una franja de mar de aguas turquesas, disfrutamos de una mañana surreal en una de las playas más bonitas del mundo. Si usabas tu imaginación, casi podías ver a Elvis Presley en su camiseta hawaiana cantando una lullaby desde la terraza del bar.
Hambrientos pero con el corazón contento, nos dirigimos a Zeerover, un restaurante sobre el muelle con el mejor pescado frito que haya probado. El lugar se siente de otro tiempo y la comida es deliciosa. Tienes pocas opciones, pero no necesitas más: un buen corte de pescado, papas fritas y una Magic Mango de Balashi (cerveza local) son la combinación perfecta. Si le sumas buena compañía y vista al mar, es una terapia increíble para quienes buscan desconectarse del día a día y reconectar consigo mismos.
En la noche fuimos al que, para mí, es el restaurante más delicioso de los seis que tuve la oportunidad de visitar. Su selección de vinos es impecable y sus pastas, maravillosas, especialmente si buscas algo diferente a la comida de mar. Estoy hablando de Wilhelmina. Con un ambiente caribeño, elegante y privado, la luz de las velas es perfecta para ver la luna desde su terraza descubierta. Su torta de chocolate con salsa de moras es alucinante. Volvería una y mil veces para probar toda su carta. El cierre perfecto para un día brillante.
El último día tuvimos que madrugar un poco, empacar la bolsa que nos regalaron con un botilito, un abanico y mucho bloqueador solar de la marca local Aruba Aloe (ideal para no perjudicar la fauna y flora de la isla). Empezamos la mañana en el puerto, subimos al velero y nos dirigimos al mar abierto. La tripulación de Tropical Sailing fue especialmente amable con nosotros. Disfrutamos de una copa de champaña rumbo a los arrecifes. Entramos al mar helado y emprendimos el viaje nadando para ver un mundo submarino lleno de peces de todos los colores y hermosos corales que, a través del agua transparente, me hicieron sentir dentro de una película. En definitiva, una actividad que recomiendo: no puedes irte de Aruba sin verla a través de goggles bajo el agua.
Después de algunos cócteles, un almuerzo delicioso y de perder mi tarjeta del hotel en el mar (entre otras cosas), emprendimos el regreso a casa. Tuvimos tiempo suficiente para cambiarnos de outfit, arreglarnos un poco y encontrarnos de nuevo para un picnic en la playa. Definitivamente, mi actividad favorita. No tienes que estar enamorado para sentirte como tal en medio de la playa, viendo el atardecer y los veleros volver a casa mientras disfrutas de una deliciosa pasta junto a tus compañeros, ahora amigos. Sunset Cabanas fue el artífice de esta mágica tarde. Vimos la puesta de sol, compartimos secretos y bebimos hasta la última copa de vino que Brian nos ofreció. Incluso fuimos testigos de una propuesta de matrimonio al son de un violín.
Así terminó mi cautivadora experiencia por Aruba, de la mano de los mejores aliados: Avianca y la Autoridad de Turismo de Aruba. Sin lugar a dudas, si estás buscando un destino para un viaje en familia, una ruta gastronómica o reconectar contigo mismo, esta es mi guía “Come, reza, ama” en Aruba. La vida es lo que hacemos de ella, así que permítete descubrir la isla desde otro ángulo. Estoy segura de que te sorprenderá su buena comida, te enamorarás de su historia y arte local, y conectarás con su estilo de vida. Hasta puede que encuentres el amor en una de sus playas.