Sangre ¿El nuevo elixir de la juventud?

Revista FUCSIA , 24/8/2015

Siempre me rehusé a cualquier tipo de procedimiento estético. Crecí en una casa en donde se le tenía más miedo a las agujas que a las arrugas, sin embargo, acepté el reto de probar el que, según los expertos, es el más natural de los procedimientos: el plasma.

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Aquí, la historia detrás de cómo un poco de tu sangre trae consigo la promesa de una piel joven.

Por: Angélica Gallón.

Con los años hay convicciones que van cediendo. Ideas que pensábamos inamovibles, de repente desaparecen de nuestro repertorio. Antes de los treinta, yo era una profesa de la soltería. Mi lema lo había resumido el escritor Paul Auster en su libro Levitán: “Estaba fascinado por los nuevos encuentros, demasiado hambriento de la excitación de los cuerpos nuevos… No se podía contar conmigo a largo plazo”. Pero no fue sino ver cómo mis 20 se abalanzaban a su final, para empezar a pensar de otra manera sobre el amor y sobretodo demandarle cosas a los hombres que antes nunca hubiera sospechado.

Con los treinta también empecé a ser consiente de que esa lozanía de tu rostro y tu cuerpo que siempre habías dado por sentada, y por la cual todas parecían tan preocupadas aunque tú no lo comprendieras, empezó a cambiar. Fui cediendo entonces a comprar un desmaquillador (algo tarde ya, según me lo advirtió siempre la editora de belleza de esta revista), un contorno de ojos y una hidratante de efecto más específico. Pero desprolija como siempre he sido, con el pelo y las uñas algo mal arregladas, pensé que eso bastaría para mantenerme bien.

Celebrar la belleza natural y las formas como ésta se va manifestando y transformando con los años, ha sido uno de esos principios que siempre me han definido, por eso, cuando en un consejo editorial de FUCSIA resultó la posibilidad de que cada una de las editoras de esta revista viviéramos en carne propia algunos de los más reconocidos tratamientos de belleza, pedí que se me encomendara el menos invasivo y más natural posible.

Crecí en una casa en donde las mujeres le tenían terror a la agujas más que a las arrugas, y habían satanizado cualquier posibilidad de “un arreglito”.
Por eso, en secreto, acepté probar el plasma, el tratamiento que todas mis colegas vaticinaron sería ideal para mí.

Ignorante como soy de la mayoría de los temas de belleza, me reuní con la doctora Martha Jaimes, médica de la Universidad del Norte y master en Medicina Estética de la Universidad de Islas Baleares, en España, para que me explicara algo más sobre ese tratamiento, que tan pronto lo busqué en Google, me arrojó una impresionante foto de Kim Kardashian con la cara salpicada de chispitas de sangre. ¿Estaba dispuesta yo a replicar las dementes aventuras de belleza de celebridades como Kim Kardashian, a las que no respeto ni admiro?



El plasma es un tratamiento que originalmente se usó en odontología para implantes dentales y que luego se extrapoló al mundo estético. Consiste en extraer de tu propia sangre una sustancia amarillenta y acuosa llamada plasma, rica en factores de crecimiento plaquetario, que son, según lo explica la doctora Martha, “pequeños fragmentos de proteínas que se encuentran en las plaquetas y que son capaces de estimular la acción de los fibroblastos -sustancias que constituyen fundamentalmente la dermis-, regenerando y reparando los tejidos”.

En términos más coloquiales, el factor de crecimiento plaquetario estimula la capacidad del cuerpo para curar lesiones o heridas, y es el encargado de acelerar los procesos de recuperación.

El primer paso al arribar al consultorio es hacer una limpieza profunda de la piel con microdemoabrasión, un método que usa puntas de diamantes que, sin dolor, elimina las células de las capas más superficiales de la piel.

Este proceso ayuda a la renovación celular, desintoxica la piel, activa la circulación sanguínea y linfática, y permite una hidratación profunda. Luego, hay que alargar el brazo y tomar una bocanada de aire porque será necesario que te extraigan entre 5 o 6 tubitos de ensayo de sangre para luego someterlos a un proceso de centrifugado.

Una vez la máquina centrifugadora ha hecho su trabajo, la doctora Martha Jaimes extrae de la capa amarilla que queda sobre el fluido sanguíneo en cada uno de los tubos, la parte que corresponde al plasma y que gracias a unos pinchazos será introducida en mi piel.



Aunque el dolor no es intenso –previamente hay un proceso de anestesiado tópico–, es cierto que sentir varias agujas minúsculas entrando por la sensible piel de tu cara no resulta nada fácil de sobrellevar.

Es mandatorio cerrar los ojos. La piel y el cuerpo se estremecen una y otra vez, hasta que la doctora anuncia que es el pinchazo final: justo ahí, en esa dolorosa frontera entre la nariz y los ojos.

Sientes el último punzón ácido, das un respiro profundo y está listo el procedimiento que tendrá como consecuencia un leve enrojecimiento e hinchazón de la cara en los minutos siguientes –que desaparecerán al cabo de una hora–, y unos pequeños moretones que irán desapareciendo un tiempo después. Nada que un poco de maquillaje no pueda corregir.

Dependiendo de la edad del paciente, este tratamiento debe repetirse dos o tres veces cada seis meses. Después de revisar mi piel y cruzarla con mi edad, 32 años, la doctora vaticina que con otra sesión será suficiente para lograr que el plasma introducido aumente el grosor de la dermis y estimule la producción de colágeno, elastina y ácido hialurónico, elementos que se supone potencian visiblemente el rejuvenecimiento de la piel.

Como este es un procedimiento que busca aportarle más salud a la piel, no tiene evidencias tan fuertes como las que se notaron con mis colegas que recurrieron a la toxina butulímica o al ácido hialurónico.

Pero, en el mismo minuto en el que se sale del consultorio, la piel luce más radiante por los efectos de la limpieza profunda. Muchas amigas que llevan años practicándolo aseguran que le deben a eso lucir jóvenes sin afectar sus gestos o la fisonomía natural de su rostro.

Yo voy en camino a la segunda sesión, pero creo que solo el tiempo dirá si esa colección de pinchazos en la cara valieron la pena, y si estaré dispuesta a volver en seis meses.