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Maricarmen Cervelli, columnista invitada Fucsia

La obsesión por el cuerpo divino denota las ganas que tenemos de ser amadas y aceptadas

Por Maricarmen Cervelli

1/12/2022

No sé ustedes, pero yo sí me he sentido mal con mi cuerpo muchas veces. Lo admito.
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Me he sentido mal, sí. Y hoy, cuando miro fotos de esos momentos de malestar, me doy cuenta de que no tenía nada malo como yo creía, aunque en ese momento lo sintiera de esa manera.

Me he mirado al espejo o me he visto en una foto y siento que no me veo bonita, que no merezco estar ahí, que hay demasiados cachetes, muchas llantas o los brazos se ven flácidos.

Es pura dismorfia, mis ojos ven otra cosa, no cómo realmente soy, lo sé. ¿Alguna de ustedes se ha sentido así alguna vez?

En esos momentos actúo en consecuencia, es decir, no me gusto, me tapo, me escondo, me encierro, me siento mal; y al mismo tiempo, pienso en comida todo el día o me obsesiono con lo que como.

Para mi fortuna, después de llegar a los 40 con una visión más benévola de mí misma, me he dedicado a indagar de dónde viene todo este malestar, con el fin de resolver este temita que nos complica tanto la vida y que puede llegar a afectar nuestra salud mental.

Lo primero es que desde niñas vemos a nuestras mamás y tías luchando contra su apariencia, haciendo dietas locas y hablando todo el día de sus defectos corporales.

Después nos volvemos fanáticas de los concursos de belleza y queremos ser esas chicas que participan ahí.

En el colegio nos matonean si somos muy flacas o gordas.

En casa, restringen algunos alimentos porque nos hacen daño, pero no nos explican cuál es el daño, porque ni nuestras propias familias lo entienden, solo les da miedo que subamos de peso y nos vaya mal por eso.

Luego, comencé mi carrera en medios de comunicación, y no invento ni me hago la víctima cuando digo que tenía que ser bonita, más sexy, tener un cuerpo esbelto, ser alta o, lo más común, ser flaca, para poder tener más y mejores oportunidades; de lo contrario, estaba en desventaja.

Desde niñas nos enseñan que tener sobrepeso es sinónimo de desagradarles a los demás, ser inadecuadas, no merecer un buen trabajo y no poder tener la pareja que quieres, porque “con ese peso”, nadie se va a fijar en ti.

Todo esto te lleva a batallas internas, muchas veces inconscientes.

¿Cómo puedo ser más bonita para agradar y ser amada?, ¿qué tengo que hacer para que se fijen en mí, para que me tomen en cuenta?, ¿de qué cosas no me puedo dar el lujo para que no me quiten mi puesto de trabajo?

La respuesta, a simple vista, parece clara: no envejezcas, no engordes, no te arrugues, no adelgaces tanto, no seas flácida, no tengas acné, no seas defectuosa.

¡Qué presión! He conocido mujeres hermosas, realmente hermosas, bueno, dentro de lo que he aprendido que es la hermosura física, y muchas de ellas sufren por su apariencia, consideran que no son suficientemente bonitas, que si no están en forma (aunque lo estén) las echarán del trabajo o no serán queridas (no importa cuán talentosas e inteligentes sean); algunas hacen mil dietas, se matan en el gimnasio o, simplemente, no comen. No les gusta como les queda la ropa y se someten a tratamientos de todo tipo, una y otra vez, hasta deformar sus caras y cuerpos.

Me sorprendió hace poco la cantante y empresaria norteamericana, la divina y espectacular, Jessica Simpson, con una cara completamente diferente producto de inyecciones e intervenciones; y con una lucha constante con su peso y apariencia, sobre todo, después de tener a sus hijos. Pareciera que las celebridades no se pueden dar el permiso de subir de peso, tener un cuerpo normal, arrugas o canas, porque las sacan del llavero.

Y muchas de las que estamos de este lado del charco, inundadas por la vorágine de las redes sociales y del culto al cuerpo, a veces mentimos y decimos que nos cuidamos y hacemos ejercicio “por salud”; pero eso no verdad, también nos mortifica ver una imagen nuestra frente al espejo que no nos gusta y rechazamos nuestro cuerpo, por encima de discursos de amor propio, que también abundan, pero no se cumplen.

Lo profundo de este asunto es que pareciera que cumplir con el estándar nos hace merecedoras de amor y elogios, que es lo que realmente queremos.

Esto puede explicar que casi el 8% de las personas sufren algún trastorno de conducta alimentaria (TCA) y de ese porcentaje, 90% son mujeres.

Es que pareciera que lo llevamos en el ADN. Tener un cuerpo aceptado por la sociedad nos hace sentir felices, adecuadas, queridas y deseadas; de lo contrario, somos invisibles, las últimas, las mal vistas y las que tienen menos oportunidades: bichos raros que deben conformarse con las migajas de “las lindas”, que también tienen cientos de problemas con su cuerpo.

Lo peor es que pareciera que esto no va a tener fin, porque entre nuestras propias creencias y percepciones de nuestro cuerpo, más la presión de la sociedad y las redes sociales, estamos perpetuando en las nuevas generaciones la creencia de que nuestro cuerpo marca nuestro destino y nos hace poseedoras (o no) de cosas maravillosas para nuestras vidas (o no).

Hace algún tiempo, entrevisté en Asuntos de mujeres al equipo del Centro de Atención Psicoterapéutica, El cuerpo que somos, y me dejaron algo con lo que quiero terminar:

“No queremos sentirnos rechazadas. Ningún ser humano quiere ser rechazado, todos queremos pertenecer, todos queremos encajar. Queremos sentirnos pertenecientes a nuestra familia o a un grupo de amigas. Ojalá nadie hiciera bullying alrededor del cuerpo y la apariencia, porque eso genera unas cicatrices profundas en el ser humano”.

¿Qué tipo de comentarios tenemos que empezar a eliminar para que comience a cambiar esto de una vez por todas?, ¿qué debemos dejar de decirles a las niñas y niños? ”En primera instancia, valorar a nuestrxs hijxs por muchas otras cosas, porque hay veces que el cuerpo y la apariencia se vuelven el valor principal. Tenemos que decir: ‘claro que es importante cuidar nuestro cuerpo, nuestra salud y lo que comemos’; pero que eso no se convierta en el TODO de una persona. Debemos empezar por ahí: empezar a valorarnos por muchas otras cosas, empezar a valorar a nuestrxs hijxs por otras capacidades y maneras de ser”.

“Como papás, revisemos la relación que tenemos con nuestro cuerpo, porque a través de nuestro ejemplo, así no digamos nada, proyectamos mucho. Revisemos cómo nos miramos al espejo, cómo nos hablamos, cómo nos referimos a otros… Porque hay veces -esto es muy interesante- en los que podemos hacer un comentario de una amiguita del hijo: “Ay, pero… Mariana subió de peso… pobrecita”, y eso no le está diciendo nada a mi hijo, pero le está hablando de un valor que para la mamá es importante: ‘pobrecita la mujer que sube de peso” .

Sobre mí

Soy periodista, editora y directora de Asuntos de Mujeres.

Las opiniones dadas por Maricarmen Cervelli no representan la opinión de la revista Fucsia.

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